Evangelio de hoy Comentado


SANTOS DE HOY


videos cristianos

sábado, 5 de junio de 2010

La cosas se pueden hacer de otra manera. Para pensar en la festividad del Corpus Cristis.

ANÁFORA


Humildemente, confiadamente, como recomendados de tu hijo Jesús,
nos dirigimos a ti, Dios y Padre nuestro.

Queremos ser conscientes de la trascendencia de nuestras palabras,
porque, aun reconociendo nuestra infinita pequeñez,
creemos que realmente nos escuchas.

Lo primero que queremos decirte, Señor,
es que te agradecemos la vida que nos has dado y disfrutamos.
Sabemos que nos amas más de lo que nuestra mente es capaz de percibir.

Gracias, Padre.
Y aunque no necesites nuestras alabanzas,
queremos demostrarte nuestro cariño y agradecimiento
con este canto de bendición que entonamos juntos todos tus hijos.

Santo, santo…

Verdaderamente es justo y obligado darte las gracias
porque nos has dado como hermano y guía a Jesús de Nazaret.

Estamos reunidos, como tantos otros domingos, alrededor de una mesa,
pero hoy cobra un sentido especial por ser la fiesta solemne de la eucaristía.

Querríamos, Señor y Padre nuestro, recibir ahora una bendición especial tuya,
para que esta celebración nos impacte,
nos ayude a comprender mejor el ejemplo de Jesús
y nos lleve a moldear nuestra mente y a cambiar nuestra actitud.

Queremos ser más conscientes que nunca de su verdadero sentido.

No esperamos en este momento, ningún milagro,
nadie va a pronunciar palabras mágicas.

Sólo estamos rememorando la última cena que celebró Jesús con sus amigos.

Cuando él trató de enseñarles cómo debían entregarse al servicio de los demás
les dejó una imagen gráfica fácil de recordar, la de un pan partido y repartido en trozos a cada amigo
o la de una copa de vino de la que todos bebieron.
El mismo Jesús, la noche en que iban a entregarlo, cogió un pan,
te dio gracias, lo partió y dijo:
«Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros;
haced lo mismo en memoria mía».

Después de cenar, hizo igual con la copa, diciendo:

«Esta copa es la nueva alianza sellada con mi sangre;
cada vez que bebáis, haced lo mismo en memoria mía».
Jesús no fue hombre de ritos.

Cuando nos dijo “haced esto en mi memoria”,
no quiso instituir ningún acto de culto,
sino invitarnos a imitar su entrega a los demás.

Este es el significado de lo que acabamos de realizar.
Jesús quiere que recordemos su vida, su muerte y resurrección,
poniendo al servicio de los demás todo lo que somos, nuestra vida.

Celebrar una eucaristía nos incita a comprometernos
a ser fermentos de unidad y de armonía entre los hermanos.

Queremos extender tu Reino,
para que sean verdaderamente felices todos los seres humanos sin excepción.

Te prometemos que este va a ser nuestro principal objetivo en la vida.

Dios Padre que estás en el cielo y en todos nosotros,
te damos gracias una vez más por cuanto haces de continuo
por la comunidad de los creyentes
y por todos los hombres de buena voluntad.

Nos acordamos también de los hermanos y hermanas
que no están ya entre nosotros,
pero que con seguridad disfrutan ya de tu compañía.

Bendito seas, Padre santo, queremos honrarte como mejor sabemos,
y agradecerte que Jesús haya formado parte de nuestra historia.

Por él y en su compañía brindamos con orgullo en tu honor.

Amén.
Rafael Calvo Beca


PRINCIPIO
Alrededor de tu mesa nos reunimos, Padre, tus hijos pecadores,
abrumados por nuestra mediocridad,
pero también hambrientos de tu Palabra y tu Pan.

Gracias, Padre, porque siempre nos comprendes,
nos perdonas, nos invitas a tu mesa.

Por Jesús, tu hijo, nuestro Señor.


OFRENDA

Que nuestro pan y nuestro vino ofrecidos en tu mesa
signifiquen nuestro cuerpo, nuestra sangre, nuestra vida entera.

Queremos que sea como la de Jesús, entregada para la vida de todos.

Por el mismo Jesús, tu hijo, nuestro Señor.


DESPEDIDA

Te damos gracias, Padre, por la Eucaristía que nos regalas.
Gracias por el perdón, por la Palabra, por el Pan y por el Vino.
Gracias sobre todo por tu mejor regalo,
por Jesús, tu Hijo, nuestro Señor.

José Enrique Galarreta

EL MILAGRO DE COMPARTIR
Si tanto os preocupa la gente
y la situación clama al cielo,
no me salgáis por peteneras
diciendo que son muchos y no llega,
que hay que despedirlos,
que no es tiempo de vacas gordas…
¡Dadles vosotros de comer!
¡Aquí hay cinco panes y dos peces!
Son los primeros del banquete.
Y tú, ¿qué es lo que tienes?
Vacía tu alforja
y, ligero, pregunta a tu compañero
si quiere poner también él lo que lleva.
Corred la voz.
Que se haga mesa fraterna;
que nadie guarde el pan de hoy para mañana.
Desprendeos de lo que lleváis encima.
Tomad todo lo que llega.
Levantad los ojos al cielo
y bendecid al Dios de la vida
que tanto vela y vela.
Lo repartieron los que nada tenían.
Llegó para todos
y aún sobró para soñar utopías.
Días habrá en que tendréis que compartir
no lo de un día,
ni lo de una mochila,
ni lo que lleváis encima,
ni las sobras de la primavera,
sino lo mejor de vuestra cosecha,
y aún vuestra vida misma.
Gracias, Señor,
por romper nuestras murallas
y enseñarnos a compartir
siguiendo tu palabra.

Florentino Ulibarri

jueves, 3 de junio de 2010

Psicoanálisis del cristianismo


Este es el título de un libro extraordinario que sólo podía escribir un fino psicoanalista con muchos años de experiencia terapéutica y un cristiano que lleva también muchos investigando desde dentro en lo más profundo de la vivencia cristiana. Y el libro está al alcance de todos, en cuatro idiomas, en la página www.tevere.org.

El autor, Luigi de Paoli es quien nos lo presenta, haciendo para ATRIO este resumen de cada uno de los seis capítulos y acabando con unas Perspectivas que nos lanzan a seguir buscando en lo profundo cada uno de nosotros para vivir, con o sin Jesús, una espiritualidad madura y liberadora… Gracias, Luigi.

Redacción de Atrio, 01-Junio-2010

Resumiendo…

Capítulo I

El Cristianismo nace siguiendo la huellas de un hombre, Jesús de Nazaret, que ha adquirido un puesto de relieve en la conciencia universal por haber sacado a Dios del Templo y de la casta sacerdotal y haberlo trasplantado en el corazón de la humanidad (Emanuel=Dios está con nosotros, en medio de los hombres).

Lleno de amor y confianza en Yahvé y de pasión profética por los indefensos, critica la cultura de una sociedad que idolatra al emperador y anuncia junto con su grupo de compañeros y compañeras “sin domicilio fijo” que es posible construir un “mundo no-idolátrico” (Reino de Dios).

Se identifica con la levadura que hace crecer la pasta de la comunidad humana a través de la acción imperceptible de los puros de corazón, de los niños, de los humildes, de los que sufren persecución y trabajan por la paz.

Avanza hacia las fronteras extremas del dolor y de la bienaventuranza, reconociendo sus pulsiones (“tentaciones”) hacia el dominio omnipotente y el provecho individual, las mismas que afligen la condición humana.

Enseña que la plena humanización no está exenta de contrastes y obstáculos y que la “religión verdadera” consiste en hacerse cargo de los que viven en la indigencia para que en ellos nazca la fe que “otro mundo es posible”, y que hasta el hambre puede ser vencido si los más generosos comparten sus “cinco panes y dos peces”.

Dirige su oración al Padre “nuestro”, no “mío”. Consciente de sus límites, le pide que “perdone los pecados y libere de las tentaciones” a todas las criaturas, incluyéndose él mismo. Por haber osado revelar que en la religión se mimetizan respetables hipócritas y ambiguos compromisos con el imperio, es crucificado como subversivo.

Capítulo II

Las raíces hebraicas del Nazareno son progresivamente abandonadas, así como su modo de hablar, popular y rico en metáforas. Algunos Apóstoles y Evangelistas pasan por alto las curaciones, los exorcismos y las bienaventuranzas.

El martirio es objeto de diferentes interpretaciones: en un primer momento el Nazareno es un “chivo expiatorio” de la violencia de las autoridades judías y romanas, luego es una “víctima” requerida por el Padre con el fin de erradicar el pecado del mundo.

Si al principio es “un hombre acreditado por Dios”, después es considerado un “privilegiado por encima de todos los seres, es el Alfa y el Omega”.

Las comunidades de los dos primeros siglos se mantienen fieles a la estructura fraternal y alternativa de los orígenes, aun a costa del martirio, al mismo tiempo que comienza una doble mutación del Nazareno: la de la idealización, que tiene lugar paralelamente a la de la castración.

Jesús es elevado a la categoría de Hijo de Dios, Señor del Cielo, Redentor, Mesías, pero también se le rebaja a la de Cordero de Dios, Hijo obediente, enviado del Padre. Es eternizado y divinizado hasta el punto de que queda casi oscurecido el objetivo histórico por el cual ha entregado su vida: “llevar a los pobres la buena noticia de la salvación, anunciar la libertad a los presos, dar la vista a los ciegos, liberar los oprimidos” y perdonar a sus verdugos.

Capítulo III

La persecución que sufren los cristianos durante tres siglos cambia radicalmente con Constantino, quien les concede completa libertad de culto (313 d.C.) a cambio de usar la Cruz como símbolo de autoafirmación política y triunfo sobre sus rivales.

Los obispos, una vez integrados en el sistema imperial con considerables ventajas sociales y patrimoniales, delegan en Constantino (pagano) la convocatoria del primer Concilio ecuménico para la resolución de conflictos teológicos (Nicea, 325).

Uno de sus sucesores, Teodosio, proclama el Cristianismo religión del Imperio y delito contra el Estado la desobediencia al dogma.

La confusión de roles y de identidad desvirtúa tanto al Estado, que llega a ser una fuente oficial de la doctrina y de la disciplina cristianas, como a la Iglesia, que acepta privilegios y responsabilidades desconocidas en el pasado.

La degeneración eclesiástica es tan evidente que importantes Padres de la Iglesia la denuncian. El “desorden narcisista” que representa Constantino con su grandiosidad, deseo de triunfo, y agresividad criminal, contagia a la Iglesia que de “perseguida” pasa a ser “perseguidora”.

Capítulo IV

La conversión forzosa, la defensa de la guerra “justa” y las vejaciones contra los judíos y paganos penetran en el tejido eclesiástico, sobre todo con la legitimación teológica de Agustín (siglos IV y V).

Influenciado por la cultura maniquea y experiencias familiares de dominio y sumisión, éste enseña que la condición humana está marcada por vínculos asimétricos de superioridad e inferioridad entre alma y cuerpo, hombre y mujer, vírgenes y casados, bautizados y no bautizados, los pocos predestinados al paraíso y los muchos al infierno, entre la ciudad terrena orientada al mal y la ciudad de Dios (la Iglesia) encaminada al bien.

Cargando con el peso de un “pecado original” que se transmite mediante el acto sexual de los progenitores, todo cristiano aprende que Dios le culpa de un pecado que no ha cometido, y que puede librarse sólo parcialmente de este pecado a través del bautismo, o bien mediante una ascesis auto-denigratoria (masoquista), o bien persiguiendo a paganos y herejes, con el fin de experimentar el placer (sádico) de ser un “cruzado” del bien contra el mal.

Capítulo V

A medida que el interés por la historia y la vivencia del Nazareno se enfría, las Iglesias, especialmente la Católica, tienden –sin saberlo– a modelarse según las dos naturalezas que le han sido asignadas. La “divina” está representada por la “Jerarquía sagrada, que habla y actúa como si fuera Dios. La “humana” está constituida por la masa de los “feligreses profanos” que tienen el papel de “siervos obedientes”, cuya tarea es secundar la voluntad de los “pastores”. Si el Nazareno decía “levántate y camina”, éstos ordenan: “¡siéntate y calla!”.

Avalando la doble imagen de Dios –por un lado liberador, salvador y redentor y por otro lado dominador y vengador injusto– los cristianos quedan atrapados en una “encarnación contradictoria”.

Personifican la caridad frente a los miserables, la compasión frente a los débiles, el amor al extranjero, pero al mismo tiempo exhiben una superioridad ética y apoyan sistemas que idolatran el dinero, defienden la ley del más fuerte e incrementan las desigualdades.

El “Yo eclesiástico” (de todas las Iglesias cristianas) no tiene recursos suficientes para poner freno al desorden narcisista, al no haber interiorizado plenamente al “Yo fuerte” del Jesús histórico, madurado en una comunidad cálidamente afectuosa, a partir de la familia. La consecuencia es que en lugar de un Cuerpo místico hay un “cuerpo fragmentado” en miles de Iglesias, incapaces de orar juntas y de liberar a los pobres y a los marginados.

Capítulo VI

Una representación de la mutación del Cristianismo se encuentra en la celebración de la liturgia fundamental, la Eucaristía, que deja de ser una Cena entre amigos y amigas para revivir la Liberación a través del recuerdo del Éxodo y de Jesús Resucitado. Retrocede al antiguo rito del sacrificio en un templo sagrado, donde en lugar del animal está Jesús, el Cordero que quita los pecados del mundo y su auto-inmolación.

La estructura sacrificial está bien representada por la escisión de la asamblea: por un lado está el “celebrante-sacrificante”, ubicado detrás de un altar o sentado en un trono, dotado de poder y de palabra; por otro lado están los “fieles sacrificados”, entrenados para obedecer a señales convencionales del ministro consagrado, que les exige el sacrificio de evitar toda forma de diálogo, saludo, abrazo y confesión recíproca.

Ello es la confirmación de que el Cristianismo no es una comunidad-cuerpo, cuyas partes se ayudan mutuamente y cariñosamente, sino una “masa” sin relaciones verbales o afectivas, dividida artificialmente entre “pastores” y “ovejas”.

Perspectivas

Dando por sentado que el Cristianismo ha representado en el curso de la historia una fuerza amorosa y creadora de instituciones y obras que han enriquecido a la humanidad, parece igualmente incuestionable que está marcado no tanto por inevitables faltas personales, como por una “malformación genética”, que comienza desde las primeras comunidades que atribuyen a Jesús la misma estructura bipolar del Imperio Romano.

Con el fin de elevar al Nazareno por encima de todo ser humano, los discípulos injertan –por decirlo de una manera biológica– en su ADN la “doble hélice”del Imperio. En la estructura del ADN imperial, una hélice es la del Emperador, venerado como “Hijo de Dios y Salvador”, que exige sacrificios; la otra es la del pueblo, “siervo y víctima”, que debe sacrificarse.

Una vez que la doble hélice imperial se le transfiere a Jesús, es lógico que éste se convierta en “Hijo de Dios y Salvador” (como Augusto) y, al mismo tiempo, en “siervo y víctima” (como el pueblo).

Esta misma “doble hélice cromosómica” se transmite a las Iglesias cristianas, que desarrollan dos núcleos psicodinámicos desequilibrados: uno es auto-divinizante y potencialmente sádico, dominante y colonialista, mientras que el otro es servil y masoquista, dispuesto a inmolarse.

A causa de esta “malformación genética”, no sorprende que se vaya estructurando la separación entre el Jesús histórico y el Cristo Resucitado, entre el único verdadero Redentor y los no genuinos, entre una Iglesia perfecta (Católica romana) y las demás que son imperfectas, entre sacerdotes y feligreses, entre ley y compasión.

Si mi análisis es razonable, parece poco probable que el Cristianismo consiga deshacerse del desorden narcisista entonando un mea culpa, celebrando concilios, reuniones ecuménicas, campañas de reforma, ascesis personales o proliferaciones de Iglesias Independientes, cosas ciertamente útiles, pero no suficientes para curar una patología que no afecta a algunos elementos del cuerpo eclesial, sino a la transmisión de una “malformación”.

Observando los “procesos primarios” de las Iglesias cristianas, mi hipótesis es que el desorden narcisista que las caracteriza depende de la presencia de dos núcleos, uno auto-divinizante, agresivo e intolerante, y otro servil, frustrado y tolerante, que hacen oscilar las instituciones religiosas entre sentimientos opuestos de inferioridad y grandiosidad, entre pulsiones amorosas y destructivas.

Si los cristianos no van por el mundo anunciando y poniendo en práctica la liberación emprendida por Moisés, ello no es debido a su mala voluntad, sino a la debilidad de un “Yo” que se ha acostumbrado a vivir sin libertad.

El proceso de liberación que Moisés inicia más de tres mil años antes no es sólo político sino “mental”, pues él descarta las soluciones más sencillas y extremas como el sometimiento al Faraón o bien su eliminación. El líder maduro no se deja encerrar en la lógica dualista “aut-aut”: mandar o obedecer; sublevación o capitulación; riqueza o miseria.

Lo que Moisés inventa, y Jesús repite, es el alejamiento irreversible de toda contraposición sectaria, comenzando un Éxodo laborioso que excluye tanto la violencia como la resignación, teniendo bien en cuenta que en ese viaje hacia la plena humanización pueden reaparecer la nostalgia infantil de la esclavitud o de una tierra toda leche y miel.

La influencia de Moisés y de los profetas es tan honda en el Nazareno que él consagra su vida a comprobar que es posible establecer relaciones afectuosas, paritarias, comunitarias, empáticas, es decir “no-dualistas” (o trinitarias). Él rechaza todos los sistemas “dualistas”, que favorecen el apartheid entre Dios (o un Hijo suyo), que es omnipotente y digno de adoración, y todos los demás seres vivientes, que son pasivos y desprovistos de valor.

No sólo Jesús sino también sus amigos y amigas ponen su vida en juego para indicar que hay otra manera de vivir en este mundo, y no en el más allá, donde no existan ni triunfadores ni derrotados, ni verdugos ni chivos expiatorios.

Cada persona, según el Nazareno, contiene una fuerza liberadora que le permite “hacer prodigios más grandes de los que él hizo”, de una forma misteriosa y discreta, como la levadura que hace fermentar una masa inerte, o como la sal que da sabor a las relaciones humanas.

Cuando los “discípulos ignoran o mudan sus genes originales, se vuelven una sal inútil. Jesús lo dice de forma incontrovertible (Lc 14,34-35):

“La sal es buena; pero si se vuelve insípida, ¿cómo recuperará su sabor? Ya no vale ni para la tierra ni para el abono, de modo que se tira. Quien pueda entender esto, que lo entienda”.


Luigi de Paoli
El libro completo puede ser leído
y descargado libremente en Internet:

 


Una Iglesia mejor es posible

El escándalo de pederastia en la Iglesia católica no ha sido más que la punta del iceberg de un problema de fondo que hay en ella desde hace décadas. A lo largo del siglo XX, se han ido configurando en la Iglesia dos grandes modelos de cristianismo, por supuesto con matices que aquí no podemos desarrollar. En el modelo conservador se afirma que la verdad habita en la Iglesia de modo indiscutible: frente a cristianos no católicos, frente a otras religiones y frente al laicismo moderno. No se admite el diálogo libre interno, sino sólo ponerse firmes ante lo que diga el Papa.


Juan Pablo II y Benedicto XVI quedaron embelesados por este modelo, cuyos defensores llenaban los estadios con jóvenes que gritaban con el entusiasmo del Domingo de Ramos. Sus defensores han apoyado que teólogos del otro modelo fueran acallados y hasta condenados, que los presbíteros del otro modelo se encontraran con un techo muy bajo de responsabilidades eclesiales, y que los movimientos eclesiales que lo promovían tuvieran que escuchar la acusación de ser católicos infieles a la Iglesia.

El modelo abierto, que se inspira en la Ilustración, tanto en su rama liberal como en su rama social, ha promovido una Iglesia cercana a las primeras comunidades cristianas, dialogante con otras iglesias, con otras religiones y con los no creyentes. En él se considera que la fe cristiana une, y no desune, y que el ser cristiano no consiste en llevar una camiseta que nos diferencie de los demás, sino en afirmar que Cristo habita en el corazón de cada ser humano: juntos, no separados, construiremos un mundo mejor. Se fomenta el diálogo, la libertad y la confianza, y también la denuncia de estructuras socioeconómicas injustas.

Este segundo modelo ha transparentado mucho mejor el mensaje del Resucitado en medio del mundo, mientras que el conservador, enemigo del diálogo crítico interno y partidario de los silencios, ha acabado haciendo un mal enorme a la Iglesia. Juan Pablo II, libremente, se hizo mil fotos con Marcial Maciel, superior de los Legionarios de Cristo, y casi ninguna con el P. Arrupe, superior de los jesuitas. Ahora recogemos lo sembrado. Es urgente iniciar ya una seria reforma en la Iglesia, inspirándose en el papa Juan XXIII y en el concilio Vaticano II. Habría que haberlo hecho hace cuarenta años, más aún, hace cinco siglos. Más vale tarde que nunca.



José Sols Lucia, teólogo (La Vanguardia)

martes, 27 de abril de 2010

VIVA EL CONCILIO.

¡Hay que defender el Vaticano II! - COPIADO DE "RELIGIÓN DIGITAL"
22.04.10 09:08. Archivado en Concilio
◦◦
Cómo está la cosa eclesiástica para que dos prelados tan moderados como Elías Yanes y Juan María Uriarte tengan que salir en defensa del Concilio. Ambos jubilados y, quizás por eso, más libres y liberados para decir lo que realmente piensan y lo que pensamos otros muchos (¿la mayoría?) de los católicos. Porque defender el Concilio es defender un tipo de Iglesia plural, abierto, dialogante, propositivo, esperanzador y positivo. Una Iglesia en la que, como decía Juan XXIII, el artífice del Concilio, no deberían tener cabida los "profetas de calamidades".
Pues ese modelo de Iglesia está en peligro. Y dos de los obispos más sensatos, lúcidos y de prestigio del episcopado español han saltado a la palestra para denunciarlo. Siguiendo la estela de otros mucho prelados en el mundo. No hace mucho nacia en Italia la web 'Vivailconcilio', patrocinada por los cardenales jesuitas Martini y Tucci.

Es hora, pues, de que otros muchos obispos moderados (en activo o en pasivo) den la cara, salgan a la palestra y apoyen a Don Elías y a Don Juan María. Que no los dejen solos. Que tengan agallas para decir lo que piensan, aunque eseo signifique poner en riesgo su carrera y su ascenso en el escalafón. Es hora de dejar de lamentarse y pasar a la acción.

Es hora de crear un polo moderado en la Iglesia española. Integrado por obispos, sacerdotes y laicos, dispuestos a defender el Concilio. Un polo que, sin descalificar a los conservadores, plantee abiertamente sus tesis en la Iglesia y en la sociedad. Sin esconderse, sin tener que pedir permiso, sin mirar de reojo a Madrid por si al cardenal Rouco no le gusta.

Un polo para establecer los puentes rotos con la sociedad. Sin anatemas ni condenas. Con la esperanza del Evangelio en las manos y en el corazón. Un polo que nos devuelva el orgullo eclesial, que nos haga sentirnos de nuevo orgullosos de ser Iglesia y seguidores del Reino. Un polo tranquilo, no crispado ni alineado con nada ni con nadie, excepto con el seguimiento de Jesús.

Un polo que apoye y promueva propuestas e iniciativas en este ámbito, que ofrezca cancha y visibilidad a la Iglesia moderada y progresista, ahora silenciada. A muchos teólogos que pueden iluminarnos, a muchos obispos que están deseando hablar y no se atreven. A muchos laicos, mayoría silenciosa y silenciada.

Desde Religiondigital lanzaremos muy pronto esta iniciativa. Sin ánimo de dirigir ni de acaparar nada. Sólo para iniciar el debate e ir viendo posibles salidas, que puedan plasmarse en iniciativas prácticas y plausibles. Para empezar a respirar. Para no asfixiarnos del todo, esperemos que otros muchos se sumen. AMDG.

José Manunel Vidal